Viento salvaje (con olor a rosas)

Grazia Deledda nunca imaginó que contando la historia íntima de los habitantes de su pueblo, Nuoro, en Cerdeña—donde la gente ni siquiera hablaba italiano, sino un dialecto nativo llamada logudorese, variante del latín—llegaría a ganar el Nóbel de Literatura en 1926. El entonces presidente de esta fundación, Henry Schück, señala en su discurso de presentación, que Grazia describía el discurrir de este pueblo de una forma “tan primitiva como ingeniosa, los hombres no necesitan ir a las guerras y sin embargo peleaban; los moradores conocían a los ladrones ordinarios y los trataban con comprensión y amabilidad, aunque la vendetta es todavía una costumbre arraigada entre los sardos. En medio de esta primitiva grandeza creció Grazia.” El discurso novelesco de la propia Grazia no deja lugar a dudas cuando en Cenizas escribe: “¿Crees acaso que los bandoleros son malos?, te engañas, hija mía, son hombres que se ven obligados a mostrar su valor, nada más que eso.”
Grazia Cosima Damiana Deledda nació el 27 de septiembre de 1871, en Nuoro, Cerdeña, Italia; penúltima de seis hijos de una familia bien avenida. Su padre, adusto terrateniente de nombre Giovanni Antonio, poeta aficionado él mismo, llegó a alcalde de su villa pero no permitió a sus hijas estudiar más allá de la escuela elemental. Las niñas de su espacio y tiempo, hay que señalarlo, no estudiaban más allá de los diez años. Grazia, sin embargo, escribía poesía desde los ocho años. En su discurso de recepción del Nóbel alude amorosamente a este padre autoritario pero afectuoso: “Fue un hombre muy hospitalario y tenía amigos en todas las villas aledañas a Nuoro. Cuando sus amigos venían a Cerdeña para las fiestas religiosas, generalmente se quedaban en nuestra casa… y fue así como traté a los primeros personajes de mis novelas.”
La madre, Francesca, sufrida ama de casa, era incapaz de contravenir las disposiciones de su esposo. Gracias a la intervención de uno de los hermanos mayores, Andrea, el padre accede a poner a disposición de la inquieta Grazia un profesor particular que, junto con el hermano, le enseña italiano y la introduce a la lectura de Gabriele D´Annunzio (1863-1938), Giovanni Verga (1840-1922), y de los novelistas rusos, traducidos al italiano, que no al sardo. Su hermano fue poderosa, definitiva influencia para la joven Grazia, una genuina figura paterna: Andrea solía llevarla a las fiestas populares –a las que no hubiera podido acceder de otra manera: resultaba muy llamativa su espesa y fibrosa cabellera negra, destinada a tornarse blanca como la nieve en la vejez: mujer de extremos- y a conversar largamente con los pastores, lo que nos habla de cierto espíritu liberal por parte de Andrea Deledda, del que su hermana se impregnó sin oponerse a la pasión.
Se volvió entonces muy aficionada a conversar con la servidumbre, deslumbrada con sus historias personales, tristes, por lo general…mágicas casi siempre a causa de su ciega fe supersticiosa –hay que mantener las puertas del templo cerradas con dos barras entrecruzadas para impedir la intrusión del diablo- y que tan poéticamente desbrozaría Grazia en sus narraciones aunque sin conferirles más poder que el de la mente de esas buenas gentes. Es muy probable que se haya inspirado en alguno de esos relatos para escribir el bello relato La madre, interesante revisión del mito de Narciso donde un joven cura de nombre Pablo desobedece una de las reglas de oro para un sacerdote: contemplarse en un espejo. Su propia belleza le roba el alma, para pesar de su pobre madre que sufre al verle pasarse el peine por las cejas. Todos los varones, los curas mismos, llevan largos los cabellos (aunque procurando la exposición de la tonsura, en el caso de estos).
Algunos de sus relatos, sin embargo, están delineados desde una perspectiva que remite inevitablemente al realismo mágico, como este fragmento de la nouvelle La madre: “… Se oía solamente, fuera, el rumor del viento acompañado por el murmullo de los árboles del ribazo de detrás de la pequeña parroquia: un viento no demasiado fuerte, pero continuado y monótono, que parecía circundar la casa como una gran cinta estridente, apretándola cada vez más e intentando desenraizarla de sus cimientos y echarla al suelo.” (Obras escogidas, Aguilar, Madrid, 1956, traducción y prólogo de José Miguel Velloso, p. 796). El viento es una de las más persistentes presencias en la narrativa de Grazia Deledda; un viento que transforma a los curas en enormes pájaros negros al filtrarse por sus sotanas… viento que roba palabras a la boca: los santos barbudos, escribe Grazia bajo la trémula luz de un candil, inspiran más miedo que afecto: “El viento, fuera, silbaba con más fuerza; el diablo limaba la parroquia, la iglesia, todo el mundo de los cristianos.” (p. 799)
El padre de Grazia no veía con buenos ojos sus excursiones a la cocina, al pajar, a las caballerizas. Siempre con la mucama o con el caballerango… o deteniéndose en el camino para parlotear con la lechera… y unos ojotes más redondos y negros de lo habitual, enterándose de sabrá Dios qué mitote. La madre lo atribuía a un bondadoso corazón, proclive a la compasión, y el padre terminaría por habituarse sin imaginar que aquello tuviera relación con la pasión libresca de la muchachita, que no por ello dejaba de frecuentar el templo, cargada de rosas fresquitas para la Virgen. En la introducción a sus Obras Escogidas, José Miguel Velloso escribe: “…tosco refinamiento, producto de una cultura más sensible que intelectual, Grazia Deledda y Giovanni Verga –dos escritores que operan, sin embargo, sobre una materia local, regional- son dos de los escritores más universales de la narrativa italiana contemporánea, parangonables solamente con Mazoni y Bocaccio.” Se le ha comparado, más enfáticamente, con León Tolstoi.
A los ocho años, Grazia, que tenía ya el semblante adusto de quien lucha contra lágrimas inoportunas, de quien está todo el tiempo mordiéndose los labios para no lanzar frases profanas, empezó a cultivar su poesía inspirada en la gente pobre que la rodeaba. A los trece publicaría pequeños artículos llenos de folclor sentimental en el periódico de su localidad, aficionándose poco más tarde a escribir sobre la gente conocida, los amigos de su padre, terratenientes, criados, granjeros y pastores y sus relaciones equívocas. Inocentemente creyó Grazia que a todos ellos les gustaría verse retratados en una novela… particularmente si entrelazaba la narración de su devenir con citas de la Biblia, de Homero, de los novelistas rusos y, claro, de Manzoni y de Verga, que prácticamente se integraban a la trama.
Pero tan no les gustó, particularmente a los amigos del padre, que cuando se publicó Fior de Saregna, primera novela formal y tercer libro, a los veintidós años de edad, en 1892, tuvo que salir huyendo a Roma, donde habría de permanecer hasta su muerte. Esta intolerancia podría tener alguna relación con la dramática quiebra económica de su familia, sobre la que da cuenta en una autobiografía rescatada tardíamente y que se publicó por entregas, póstumamente, en 1936, año de su muerte. De hecho, coincide con la misma en la cronología. Dicho manuscrito fue hallado por unos familiares, presumiblemente sus hijos, y publicado por Antonio Baldes en la editorial milanesa Treves. Su título original era Cósima quasi Grazia, quedando simplemente en Cósima, su más celebrada obra traducida al castellano, redactada a partir de la detección que se le hizo de un cáncer en un pecho.
Lo narrado en Cósima es anterior a su matrimonio A través de este texto, que a todas luces no fue escrito para ser publicado, nos enteramos que el buenazo Andrea tuvo que abandonar sus estudios y tomar las riendas de la casa tras la parálisis del padre y la demencia del hermano mayor, Santus, quien dilapidó la fortuna de la familia en salvajes borracheras que, además, ensuciaron la imagen pública de los Deledda. A este, el alcoholismo forzó a dejar sus estudios de medicina para posteriormente sumirlo en la locura. La necesidad lo llevó a robar unas gallinas, por lo que es recluido en prisión; nos enteramos también de que la hermanita menor, Giovanna, todavía niña murió de angina de pecho y al padre la parálisis lo lleva finalmente a la tumba en 1892, año de la publicación de la primera novela de su quinta hija. Solo Grazia y Vicenza se casaron, pero esta murió tras un aborto. La menor de las hermanas, Giussepina, permanece soltera tras una brutal decepción amorosa. Para contribuir a los gastos opta por colaborar en una revista femenina, Ultima moda, donde publica su primer relato: “Sangue sardo”, donde muchos creyeron reconocer un triángulo amoroso muy comentado en el pueblo, protagonizado por un matrimonio amigo del padre de Grazia, aunque no trascendió de la mera suposición. “Simplemente me encontré la revista en casa, tomé la dirección de sus oficinas de redacción y metí en un sobre mis relatos cortos”, detalla la autora en su discurso del recepción al Nóbel, por cierto, el más modesto y simple de cuantos se registran entre los Nóbel de Literatura. En esa misma revista publicará, entre 1888 y 1889, dos novelas por entregas: Remigia Helder y Memoria de Fernando, donde procura distanciarse un poco de su realidad pues se cuenta que desde su debut literario causó revuelo en el pueblo que creyó reconocerse en aquellas líneas líricas e ingenuas. Poco más tarde colaborará para revistas en Milán y Roma, firmando siempre con su nombre real: Grazia Deledda. Cuanto le queda a Cósima-cuasi-Grazia, con todo y el despecho de sus paisanos, es refugiarse en la escritura y en los libros. No sería sino hasta Flor de Cerdeña, su tercer libro, que se encenderían los ánimos lo suficiente como para obligarla a huir.
El corazón de la escritora ha estado atiborrado de anhelos amorosos –rutas de evasión, quizá-, pudiera decirse que inocentes. Antes de su marido, sus relaciones más importantes fueron de naturaleza epistolar. En este sentido pudiera decirse que sus novios fueron el maestro Andrea Pirodda, Giovanni di Nava y el periodista y crítico teatral Stanis Manca, aunque se habla de un joven cojo, de nombre Fortunio (que se cree era en realidad Antonio Pau), muy amigo de su hermano Santus, que la pretendió sin resultado. A Palmiro Madesani, empleado del ministerio de Hacienda de Mantua, lo conoce en 1899, durante una breve estancia en Cagliari, capital de Cerdeña –por cierto, su primer viaje fuera de Nuoro- y se casa con él al poco de cumplir los treinta, en 1900. Se casa sin amor con Palmiro -esto no lo cuenta en Cósima- pero que llega a querer con el tiempo. No tardarán en procrear dos hijos: Franz y Sardus. En Roma recibió Grazia a sus hermanas pequeñas: Giussepina y Nicolina. Su esposo representó para ella un enorme apoyo para desarrollar su actividad literaria.
Nunca comprendió Grazia por qué los sardos insistían en mantenerse aislados de la civilización, como envueltos en celofán, divididos del resto del país y del mundo por un idioma propio y anquilosados hábitos. Llevando esa sangre en las venas, Grazia, a quien los libros rescataron del silencio y la soberbia, colocó a sus paisanos bajo el microscopio y escribió Tradición Populari in Sardegna. Sin proponérselo, llevada por la pluma y su familiaridad con los ambientes rurales, terminó formando parte, junto con su admirado Giovanni Verga que escribía sobre sicilianos, del llamado verismo, un movimiento literario de fines del siglo diecinueve relacionado con el decadentismo y el naturalismo. Se podría decir que Grazia es la más grande escritora regionalista de todos los tiempos.
Cuando a los veinticinco años de edad, en 1900, publicó su segunda novela: Elias Portolu, considerada casi unánimemente su obra maestra. Es probable que a la verdadera tía Anneda no le haya gustado parecer tan habladora, y que al verdadero Elías le avergonzara lucir tan desaliñado, atormentado y el pelo tan largo. Lo cierto es que a la pluma de Grazia no la impregnan el afecto ni la nostalgia, sino más bien un interés sincero por comprender a su gente y, sobre todo, por recuperar sus costumbres y su lenguaje tan dulce: “(…) Inefable sueño de paz, de salvaje soledad, las voces difumadas de los caminantes. Y he aquí, de repente el sublime paisaje profanado y desolado por las bocas negras y por las descargas de minas. Luego, de nuevo, paz, sueño, esplendor de cielo, de piedras oscuras, de lejanías marinas; de nuevo el reino ininterrumpido del lentisco, de la rosa silvestre, del viento, de la soledad (…) La tradición dice que allí quiso detenerse la estatua del Santo mientras la transportaban a la iglesia, ¡y que quiso beber! (…) el viento agradable, oloroso de rosas silvestres, templaba su ardor.” (Obras escogidas, Aguilar, Madrid, 1956, traducción y prólogo: José Miguel Velloso, p. 224)
Aunque tuvo un aprendizaje en bruto, por llamarlo de algún modo, se las ingenió para aprender también el francés—lo que le permitió traducir al italiano Eugénie Grandet de Balzac— y escribió un total de cuarenta novelas. Algunos la critican porque sus libros no muestran rastros de la dictadura de Mussolinni, lo que pudiera significar que nunca se interesó, o no quiso involucrarse en la política de su país. Prácticamente todas sus novelas se centran en una familia rodeada de fieles criados, capaces de dar la vida por sus patrones o en las familias de aldeanos férreamente unidos por la tradición más que por el cariño. Mujer de gustos modestos y apacibles, como su obra misma, salió de territorio italiano una sola vez en su vida, en 1927, con destino a Estocolmo para recibir en Nóbel. Posteriores a este galardón, publicaría La casa del poeta (1930) y Sol de verano (1933), colecciones de relatos cortos donde rezuma una contagiosa alegría de vivir, así como la novela La barrera (1934), donde vuelve a externar su ideal de renunciamiento hacia las cosas mundanas.
Aunque a nuestros ojos la narrativa de esta autora pudiera arrastrar consigo elementos arcaicos y, se dice, haga hincapié en un catolicismo fervientemente practicado por Grazia –yo no lo veo así: sus relatos están llenos de guiños que sugieren, si no rebeldía, sí desconcierto, incertidumbre-, así como en el espíritu de renuncia y sacrificio como el modo más digno de vivir, su obra es de una incuestionable belleza lírica. Ella inició esta novela cuando le detectaron el tumor maligno que acabó con su vida el 15 de agosto de 1936, en Roma, apenas concluir la escritura de Cósima, cuya escritura, se dice, contribuyó a paliar el sufrimiento físico y moral de su agonía.
Reseña en PDF de la más reciente edición de Cósima (Nórdica Libros, 2008)

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