Camino sin vendas o los enormes pies de Sai Zhenzhu

“…me niego a llamarlo “país enemigo”. El pueblo de mi memoria es amable y demasiado hermoso…”
PSB sobre China
De los Nobel de literatura, uno de los más controversiales fue el otorgado a la estadounidense Pearl S. Buck en 1938, ¿la razón?, su obra era entonces tan popular como escasa (lo que los intelectuales denominan con una mueca de desprecio, "best-seller"). Tenía apenas diez años de haber debutado con su novela Viento del Este, viento del Oeste, que deslumbra, entre otras cosas, por la veracidad de la voz narrativa, perteneciente a una mujer china dirigiéndose a una occidental que podría ser la propia autora. Pearl era además demasiado joven para tan alta distinción: cuarenta y cinco años. Es, hasta ahora, el escritor galardonado a menor edad, aunque a los treinta y cinco había ganado el Pullitzer por la que se considera su obra maestra, La buena tierra. Fue, de hecho, la primera mujer en obtener ambos premios, casi simultáneamente. Cuando murió en Vermont, el 6 de marzo de 1973, víctima de cáncer en el pulmón, había publicado cerca de ochenta libros entre novela, relato, poesía, literatura infantil y traducciones del chino, incluso una biografía de los Kennedy. Aunque se le considera una escritora totalmente pasada de moda, cosa injusta dada la innegable belleza de su prosa y la profundidad de sus descripciones psicológicas, su biógrafo, Peter Conn, asegura que es posible encontrar libros suyos en aldeas y cortijos de Tanzania, Nueva Guinea, India y Colombia. (Una biografía cultural de Pearl S. Buck, 1996).
Independientemente del juicio postrero, la vida de esta escritora –por cuyas venas corre sangre alemana, holandesa y francesa- es el más apasionante de sus libros. Nacida en Hillsboro, Virginia Occidental, el 26 de junio de 1862, Pearl Comfort Sydenstricker –Sai Zhenzhu, su nombre chino- fue trasladada a los tres meses de edad a una misión presbiteriana en Chingkiana, provincia de Kiangsu, en China, donde pasaría cuarenta años de su vida. Su padre, Absalom Sydenstricker, era un erudito que casi por diversión tradujo la Biblia del griego al chino. Su madre, Caroline Stulting, incansable viajera de siempre. La vida en China, sin embargo, no fue nada fácil. Cuarta de siete hijos, Pearl fue una de los tres que sobrevivieron aquellas circunstancias prebélicas de hambruna y racismo de la Rebelión Bóxer, durante la que fueron asesinados 230 extranjeros y un número indefinido de chinos cristianos. Pero Absalom estaba resuelto a convertir al cristianismo a los nativos mientras Caroline administraba un pequeño dispensario para mujeres.
El primer idioma hablado por Pearl fue el chino y, paradójicamente, fue un chino, el señor Kung, quien le enseñó a hablar inglés. A los quince años, mientras estudiaba en un internado femenino de Shanghai, se ofreció como voluntaria en un albergue para niñas prostituidas, de donde seguramente surgirían historias como las de Loto o Cuckoo, las más despreocupadas, por cierto, de La buena tierra. Sus padres decidieron que la niña cursara estudios superiores en Estados Unidos, específicamente en la Universidad Femenina Randolph-Macon, en Lynchburg, Virginia, donde se graduaría sin alharaca en psicología, cuatro años más tarde. Curiosamente, en su país natal nunca tuvo un enamorado a la medida de sus expectativas –es probable, a juzgar por su carácter retraído y solitario, que ni siquiera lo haya buscado-, y era, según los retratos, una hermosa y robusta joven de asombrados ojos violetas, acerados pómulos y espeso pelo castaño. Apenas regresar a China, en 1915, conoció a un turista norteamericano, experto en economía agrícola, graduado en Cornell, de nombre John Lossing Buck, de quien tomará su nombre de pluma. Una vez casados, en 1917, la pareja se trasladó a Nanhsuchou, provincia de Anwei, comunidad empobrecida donde Pearl recopiló las vivencias que volcaría en La buena tierra. Acontecimientos dolorosos marcarían su existencia antes de tomar la pluma por primera vez: su primera hija, Carol, como la tercera hija sin nombre de Wang Lung y el primogénito del rey de Corea en la afectada pero muy divertida Bambú, nació con retraso mental y, para colmo, hubo de practicársele a Pearl una histerectomía a causa de un tumor maligno. En 1925, cuatro años después del nacimiento de Carol, Pearl y John adoptaron a una niña china a la que nombraron Janice. Justo en esa época, Pearl publica sus primeros relatos, en inglés, en revistas locales. Ella y su esposo eran por entonces docentes en la Universidad de Nanking.
En 1927, el campus y sus alrededores son violentados por las tropas nacionalistas del Chiang Kai-Shek y los Buck viven un día de pesadilla, ocultándose de los soldados que en La buena tierra son descritos de una crueldad desmesurada, hasta ser rescatados por unos navegantes norteamericanos que los ponen a salvo en Unzen, Japón, donde se ven forzados a permanecer un año. El miedo impide a la familia regresar a Nanking, a la que se sienten profunda y dolorosamente arraigados. En 1934 se suscita el estruendoso éxito de La buena tierra, publicada por Richard Walsh quien habría de ser su primer editor, segundo esposo, propietario de la compañía John Day y, cosa curiosa, quien daría su apellido a la pequeña Janice. Luego de divorciarse pacíficamente de John, Pearl se establece con Richard en una granja de las colinas en Philadelphia, que habrá de convertirse en albergue para huérfanos de todo el mundo y sigue siendo visitado por quince mil personas al año, deseosas de conocer la tumba de la escritora. Pearl y Richard adoptarían seis niños asiáticos más en los siguientes años.
La buena tierra la hizo acreedora al prestigiado Premio Pullitzer, en 1932, y a la medalla Howells en 1935. Vendió 1.000.000 copias en su primer año y se tradujo a más de treinta idiomas. Dos años más tarde se realizaría la adaptación cinematográfica, producida por Irvin Thalberg, bastante mala, en la que actores estadounidenses se disfrazan de chinos, no obstante hacerse acreedora a un par de Oscars. Esta originó un pleito interminable entre la autora y la MGM que se negó a cumplir su petición de que la mitad de la taquilla se donara a Amerasian, fundación para los niños asiáticos afectados por la guerra.
La buena tierra relata la historia de Wang, un pobre labriego que se transforma en próspero terrateniente a través de un proceso sumamente complejo del que participan tanto la voluntad de trabajo como los golpes de fortuna. El protagonista se amanceba con una esclava no bella pero bondadosa, a la que desprecia por sus pies grandes, de nombre O-lan, quien da a luz niños saludables y hermosos pero también a una pequeña subnormal que debiera ser oprobio de la familia y sin embargo se vuelve adoración de su padre, que se niega a venderla como esclava cuando el hambre acecha como animal salvaje a la familia. Tras enriquecerse, Wang se encapricha con Loto, bellísima trabajadora de una casa de té a la que convierte en su concubina, ante el rencoroso silencio de O-lan que sin embargo no pierde la dignidad ni la compostura. Esta saga familiar se extenderá en dos libros más: Hijos (centrada en el hijo más joven de Wang, 1932) y Una casa dividida (1935). Las tres serían recogidas en el volumen La casa de tierra. A su muerte, Pearl se encontraba trabajando en la tercera parte titulada La tierra roja, que dejó inconclusa.
La buena tierra (Porrúa, Col. Sepan cuántos, México, 1996, traducción no especificada), publicada en 1931, es sorprendente por diversas razones. La primera, el que una obra tan compenetrada con las pasiones humanas, particularmente con el dolor de la guerra, el desamor, la soledad, incluso la vejez, haya sido escrita por una joven mujer: Pearl debe haber rondado apenas los treinta cuando emprendió su escritura. Esta fue apenas su segunda novela, inmediatamente posterior a la primera, Viento del Este, viento del Oeste que, a diferencia de aquella, exhibe un peculiar sentido del humor, casi involuntario, pues la heroína percibe como trágico que el chino occidentalizado con el que ha sido casado la libere de la sumisión a la que están sujetas las mujeres de su raza. Otro aspecto digno de destacar de La buena tierra, es la cuidadosa, muchas veces cruel, disección de los pensamientos, ideas y emociones de sus personajes, sin incurrir en el juicio moral –cosa que no sería una constante, por desgracia, en su obra total-, todo esto sin contar el carácter monumental de esta epopeya familiar que puede ser leída, simultáneamente, como novela de costumbres, novela romántica y novela psicológica. La precisión con la que se detallan los asuntos de índole sociocultural, no como lo haría un extranjero sino un nativo – no una conjetura, sino un hecho: la lengua materna de Pearl, recordemos, fue el chino y no el inglés, y el inglés le fue transmitido en chino-, envuelve al lector hasta trasladarlo a una China milenaria zanjada por la hambruna de la mayoría de su población y la escandalosa riqueza de una minoría ínfima. Se aborda asimismo la terrible situación de las mujeres, y es en este punto donde vale la pena detenerse, porque si bien Pearl fue feminista militante, La buena tierra no refleja dicha militancia. No la obvia al menos: la circunstancia de las mujeres es recreada sin mediar tono de denuncia, más bien como parte de la cotidianidad, lo cual, hay que señalar, no le resta mérito: el efecto sobre el lector es todavía más demoledor que si el narrador cuestionara prácticas tan bárbaras como el sometimiento del pie de las niñas, en un mundo donde la dimensión del pie femenino definía el destino de su propietaria. Me permito reproducir este diálogo que me dejó un nudo doloroso en la garganta:

- ¿Por qué has llorado? (pregunta Wang, el protagonista, a su hija pequeña)
Entonces la niña bajó la cabeza, jugó con un botón de su vestido y dijo en voz baja:
- Porque mi madre ciñe una tela en torno a mis pies, más apretada cada día, y por las noches no puedo dormir.
- Pues yo no te he oído llorar- dijo Wang Lung asombrado
- No –contestó ella simplemente-; mi madre me dijo que no tenía que llorar alto porque sois demasiado bueno y débil para ver sufrir, podríais decir que me dejasen como estoy y entonces mi esposo no me querría, como vos no la queréis a ella. (p. 176).

En Viento del Este, viento del Oeste, Kwei-Lei, la narradora protagonista, descubre, no sin horror, que sus sacrificios para domesticar el tamaño de sus pies no han servido de nada pues su marido, un médico chino educado en Occidente, encuentra abominable esta práctica. Esto produce en Kwei-Lei un terrible conflicto moral que no remedia hasta que su madre, principal promotora de que mantenga vendados los pies, le hace ver que al esposo hay que darle gusto, aunque para ello se tenga que traicionar las propias convicciones. El momento en que la joven accede a que su propio marido le libere los pies, es asimismo conmovedor (aunque la liberación resulte tan, incluso más dolorosa que el proceso de domesticación del pie):

Nunca imaginé que un hombre pudiera inclinarse con tanta ternura a una mujer. Al preguntarle lo que debía hacer para liberar mis pies de sus ligamentos, creí que se reduciría a darme unas cuantas instrucciones. Por eso me extrañó muchísimo al verle aparecer con una palangana de agua caliente y un rollo de vendas.
Estaba avergonzada: la idea de que iba a ver mis pies me era insoportable; nadie los había visto desde el día en que tuve bastante juicio para cuidarme yo sola. (Altaya, Biblioteca del Premio Nóbel, Plaza & Janés, 1995, traducción de G. y L. Gosse, p. 82)

En La buena tierra Pearl no se extiende en la descripción del vendaje de los pies de las mujeres, aunque deja entrever que se trata de un ritual tan doloroso como socialmente admitido, más aún, requerido, como en ciertos sectores del Islam lo es la ablación del clítoris. Tampoco explica el motivo por el que los pies diminutos eran requisito indispensable para las doncellas casaderas, aunque se sabe ahora, más que atributo de belleza, era complemento erótico indispensable para plena satisfacción de los varones: símbolo de despersonalización y entrega absolutas. La autora no ahonda en el aspecto sexual de la vida conyugal, en lo que pudieron haber intervenido el pudor o el respeto hacia un secreto inviolable, aunque Pearl no sea exactamente morigerada al describir las bajas pasiones de los varones. Sus protagonistas, empero, suelen ser mucho más generosos y tolerantes que los hombres que los rodean, como el Il-han de Bambú y el esposo de la narradora de Viento del Este…. Lo mismo aplica para los protagonistas de sus no tan celebradas –ni celebrables- novelas occidentales, como Brillante desfile.
Wang Lung, como hemos visto, es un hombre perfectamente capaz de sucumbir a la ternura de una niña, no obstante su tosca educación de labriego. Pero también puede ser brutal, en primer lugar porque no suele engañarse a sí mismo –lo cual podría ser, asimismo, parte de la cultura de los varones chinos –, como esta escena en la que O-lan -una esposa a la que me rehúso a calificar de “abnegada” pues O-lan es valiente, digna, voluntariosa, aunque en su persona palpite una rebeldía que, aunque no erupcione, sale a relucir en pequeños actos de insubordinación, en su forma de esconder las lágrimas-, esta escena, decía, en la que O-lan agoniza de lo que parece ser un cáncer de matriz, sin que Wang Lung, un marido que los occidentales podríamos calificar de “infiel” por hacerse de una concubina, se retire de su lecho de moribunda: “(…) mientras le tomaba la mano, deseando que sintiera su ternura, estaba avergonzado porque no había ternura en él para O-lan, ni aquella blandura del corazón que Loto conseguía con solo un mohín de sus labios. Cuando tomó aquella mano rígida y moribunda lo hizo sin amor, y su compasión fue empañada por la repulsión que le inspiraba.” (p. 182).
O-lan fue, después de todo, una mujer afortunada, desde la lógica de un chino de la época. La mujer, desde que nacía, era designada “esclava”. Ni siquiera tenía derecho a un nombre propio. El nacimiento de una hembra evaporaba la ilusión de la espera, transformaba la fiesta de bienvenida para el recién nacido, en que se repartían regalos, en casi un funeral. O-lan corrió la suerte de casi cualquier doncella pobre de la región: ser vendida para aliviar el hambre de su familia. Al no ser una niña bonita –como Cuckoo, como Loto… como Flor de Peral, la leal esclava de Wang en la última parte de la novela-, O-lan parecía condenada a permanecer entre peroles o fregando pisos, recibiendo a diario una retahíla de puntapiés (las otras compartían el lecho del Anciano Señor y accedían a enormes privilegios), pero un golpe de suerte hizo que sus amos decidieran venderla como esposa a un humilde labriego, Wang Lung, destinado a ser un hombre rico…. aunque para llegar a ello hubiera de conocer el espanto del hambre, periplo en el que, fuerte y callada, O-lan acompañaría a Wang Lung sin emitir el mínimo quejido, ni siquiera durante sus partos en los que siempre se las arregla sola.
Los protagonistas varones de Pearl –casi toda su obra es protagonizada por hombres- son, a un tiempo, imponentes y frágiles; peleadores a brazo partido con ese estado de molesta vulnerabilidad en que los sumen el amor o la ternura. Esa manifestación muchas veces brutal de sus sentimientos vuelve entrañables a estos personajes, perennemente sujetos a una serie de tradiciones contrarias al amor. Conmueve, por ejemplo, que no obstante este clima de abominación de lo femenino, que las propias mujeres asumen con naturalidad –o con cinismo, como Loto o Cuckoo, o la tía de Wang Lung-, al anciano padre de Wang le indigne la sola posibilidad de que su hijo engañe a su nuera, pues él jamás osó faltarle a su mujer. En Bambú –The living reed-, novela histórica ambientada en la Corea de mediados del siglo XIX, perteneciente a la etapa de madurez de la autora (1963), Pearl vuelve a contrastar culturas. Ya no solo una hipotética “cultura asiática” –que, como veremos a continuación, son múltiples-con otra, asimismo hipotética, “cultura occidental”, sino a la maravillosa cultura coreana con la china, la japonesa y, claro, la occidental, referida en concreto a los estadounidenses: “(…) aquí las mujeres eran orgullosas y nunca se arrodillaban delante de sus maridos como las japonesas, ni vendaban sus pies como hacían las chinas, ni oprimían sus cinturas como se decía que hacían las mujeres occidentales. No, aquí marido y mujer eran iguales, y las madres no estaban dominadas por sus hijos mayores.” (Luis de Caralt Editor, Barcelona, 1964, versión española de C. Soler, p. 58). Ih-lan, protagonista de Bambú, vive inmerso en un mundo de poderío femenino no establecido pero sí implícito, aunque llega el momento en que deberá elegir entre su lealtad a su amada esposa, Sunia, y la que debe a su asimismo voluntariosa y bellísima reina, cuya persona simboliza a la patria, y por quien se siente atraído contra toda lógica, o al menos así lo percibe él.
Tras la saga de la familia Wang, se iniciará la faceta autobiográfica de Pearl. En ese sentido, sus obras más destacables serían La novela china (1939) donde en gran medida explica su propio estilo de escritura, y El niño que nunca creció (1950), que cuenta la historia de su propia hija, de la cual se advierten pasajes de La buena tierra. Su existencia estuvo marcada por la controversia a causa de su apasionada defensa del pueblo chino durante la Segunda Guerra Mundial, y de la cual dejó abundantes testimonios escritos. Esto la puso en la mira del FBI durante muchos años. En 1949, indignada de que los niños asiáticos o mestizos no fueran considerados para su adopción en territorio estadounidense, Pearl convirtió su propia casa en Philadelphia en la primera agencia interracial de adopción, llegando a albergar cinco mil niños. Con sólo dos novelas publicadas se convirtió en la tercera estadounidense, después de Sinclair Lewis y Eugene O´Neill, en obtener el Nobel de literatura. Feroz activista por los derechos de la mujer y la igualdad racial, "Mientras exista la discriminación en nuestro país, no podemos decir que hemos ganado la guerra -diría en una conferencia en la Universidad de Howard, en junio de 1942- No somos mejores que los fascistas si no luchamos por la libertad de un sólo grupo y no de todos, para la ventaja de una raza y no de todas. Y debemos ser mejores que los fascistas."
La escritora china-americana, Maxine Hong Kingston, dijo que Pearl "traducía a mis padres y me dio luz sobre mi propio origen. Gracias a ella, las voces asiáticas fueron por primera vez oídas en la literatura occidental." Por otra parte, la también Nóbel de Literatura y segunda norteamericana en ganarlo, Toni Morrison, diría con cariñosa ironía: "Ella me engañó, me dejó la sensación de que todos los escritores escribieron de manera simpática, empática y honesta sobre otras culturas" (discurso para la Fundación Pearl S. Buck, septiembre 1, 1994). Lo cierto es que, para dos generaciones de estadounidenses, Pearl S. Buck inventó China.
Y China inventó a Sau Zhenzhu.

Trailer de la película The Good Earth


1 comentario:

askada dijo...

Ha sido un resumen apasionante,Lei a Pearl Buck en los años 60 y de nuevo me deleitaré en sus obras.Gracias.